En la verde alameda del templo, el poniente
se hunde en un azul que se dispersa en lo profundo.
Ya el hábito del perlado planeta de hendir su luz
en la piel vegetal del rosado loto, ya surge
la primigenia estrella tejiendo un héroe en la proa
de sus milenios, ya el mar cósmico surca la noche
con olas de roja luna, ese resplandor, que en su música,
sangra un hilo de lluvia que se vierte en las arenas.
Ahora yo, deudor del cielo y de su astronomía,
repito en la memoria un acertijo de maestros orientales:
La corriente rápida no arrastra la luna.
En la noche cósmica mis ojos son un espejo,
reflejan el curso inmóvil del firmamento; multiplican,
perplejos, el universo en una gota de agua.
(C) Wilson Pérez Uribe