Poema XXXIII




Poema XXXIII

Pero en ocasiones ninguna caricia llega hasta el alma
- Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

Fue precisa la vida.
Viniste a soñar algunos sueños,
a trabajar las estrellas en el campo,
a mirar la tarde con los ojos de tu padre,
a tejer la noche con la voz de tu madre.
Viniste a sonreír, discreta y silenciosa.
No leíste a Whitman, pero tus dedos
acariciaron la piel de una flor agradecida.
Tu alimento fue el blando pan de los años:
amar, ser amada, habitar una casa, cultivar un jardín.
Viniste a ser luz, como tu nombre,
y entre el aire palpitaron tus pechos
cuando yo era el bálsamo de tu cuerpo.
Viniste  cruzar un puente,
a contemplar la tristeza de un atardecer cualquiera.
Viniste, joven, a recorrer la casa de techo rojo.
Allí el agua jugaba con la medialuna
y un fruto maduro alimentaba nuestra fatiga.
Viniste a enseñarme esa música de las cosas,
y que el mundo porta un lenguaje
de agua que fluye, de viento que pasa,
de fuego que arde.
Viniste con los ojos abiertos
para aprender a cerrarlos un día.

Ahora, esa luz de tu nombre,
ese vuelo de tus pájaros,
ese verdor de tus plantas,
se aquietan en la sombra de la página.
Yo tengo que inventar el modo
de ser gesto, palabra, piedra, hoja;
tengo que aprender a ser para que tú vuelvas a ser.