En el origen de la primera estrella
que en dócil pulsación ya cifraba
la tarde cuyo tiempo es fugaz otoño,
que ya tejía en tersa filigrana la nube
que es olvido en solo un instante,
que ya soñaba ese arco melancólico
que se ciñe al cielo en blancos perfumes;
en su vestigio solitario, enigmático,
residía la selva antigua, el grano
de arena y el paso furtivo del paciente felino.
Primera estrella, qué es este amor
que te prodigo, qué son mis ojos
sino la extensión diamantina de tu piel;
primera estrella, dadora fecunda,
brújula primordial, hoy este cuerpo
destinado a la caricia escultora del tiempo,
medido en el fósil interminable del átomo,
trenza en tu luz la alta marea de su sangre
y la promesa de habitar tu inacabable noche,
primera estrella, aurora de mis susurradas palabras.