Los mil otoños del atardecer



LOS MIL OTOÑOS DEL ATARDECER
Mil otoños declinan en el atardecer.
¿Qué luz declina en su confín sombrío?
¿Qué luz sigue siendo luz,
si la oscura silueta del pájaro
apenas refleja el luminoso oro
del cielo marino, aterciopelado en blanca seda?
Todo el rumor del ocaso
elevado de las milenarias aguas
que guardan los vientos y los puertos lejanos.

Las musicales olas traen de su olvido
una barcaza a la serena costa, su templado y frágil velamen
imita cual un óleo bañado en solaz pintura,
al numeroso desierto, a la nieve, dura y suelta,
al fragante bosque de antigua danza,
al fuego de misteriosa sencillez.
Mi tacto acaricia el ébano tallado,
y ahora, cuando arena y espuma
hagan de mi voz una efigie,
zarparé, zarparé sobre la mar,
más allá del ocaso y de su álgebra...
más allá de la tierra y de su canto.
Y desvanecerme lejos, como poema en el infinito,
cuando el remo haya domado a la tormenta,
o sino, confundirme en la arquitectura planetaria,
y soñar, soñar que sin temor el hombre
bebe con abiertas manos del río,
huidiza forma del tiempo y de la vida;
de ser y de jamás haber existido.

(C) Wilson Pérez Uribe